Fuente: www.abc.es
César Cervera
¿Fue un
cañonazo ordenado por Napoleón el que destrozó la nariz de la Esfinge de Guiza,
como reza una anécdota recurrente en las guías de viaje? No pudo ser así, ni
tampoco pudieron ser soldados ingleses de la época colonial como otra hipótesis
sugiere. Unos dibujos realizados en 1737 por el arquitecto danés Frederick
Lewis Norden ya mostraban a una Esfinge carente de apéndice nasal.
Antes de estas hipótesis, el historiador del siglo XV al-Maqrizi
atribuía la desaparición a MuhammadSa'im al-Dahr, un fanático
religioso Sufí, que, en 1378, al ver que los campesinos hacían ofrendas a la
Esfinge para conseguir mejores cosechas, decidió dañar el monumento. Es la
teoría más sólida pero, como en todo lo relacionado con esta enigmática
construcción, también pertenece al terreno de lo incierto.
|
Todo en la
Esfinge de Guiza irradia misterio. Su origen, los motivos de su construcción,
su función e incluso su nombre. La voz «esfinge» procede del
griego «sfigx», que significa estrangulador y se emplea para
designar a un demonio de destrucción y mala suerte que la cultura helena
representa como una criatura con cuerpo de león y alas de ave. La esfinge
griega era la guardiana de la ciudad de Tebas, que solo dejaba pasar a los
viajeros que acertaran a responder al enigma: «¿Qué criatura de una sola voz
camina con cuatro piernas por la mañana, con dos al mediodía y con tres al
anochecer, y es más débil cuantas más piernas tiene?». En caso de errar, la
esfinge estrangulaba al viajero y se lo comía. No obstante, pese a la
notoriedad de la versión helena, la figura de Guiza es muy
anterior a estas creencias griegas y, más bien, es la que inspiró al resto de
esfinges.
¿La cara del faraón Kefrén?
La Esfinge
de Guiza se ubica cerca del Río Nilo, a pocos kilómetros de la
que hoy es la capital egipcia, El Cairo. Su construcción se ha emplazado
tradicionalmente bajo el periodo del faraón Kefrén (aproximadamente hace 4.500
años) quien habría colocado un centinela de caliza frente a su famosa pirámide
en el valle de Jafra. Los arqueólogos, sin embargo, no han
sido capaces de concluir quién fue exactamente su patrocinador y cómo fue su
proceso de construcción. Su vinculación con Kefrén está basada en las
similitudes de estilos arquitectónicos, pero no cuenta con respaldo documental
de ningún tipo.
Su
construcción no se menciona en los textos del Reino Antiguo y su existencia es
omitida por el historiador griego Herodoto, que sí describe
con detalle las características de las pirámides de Guiza, lo cual ha llevado a
pensar que durante largos periodos de tiempo la Esfinge permaneció enterrada
por completo en la arena. En tiempos del romano Plinio «El viejo»
volvió a ser visible y éste recogió en sus textos que allí permanecía enterrado
el Rey Harmais (u Horemheb). Se equivocaba. El autor romano, además,
anota otra falsa creencia de la población local: el que la Esfinge había sido
tallada y transportada luego hasta la meseta. La cercanía de una cantera con el
mismo material empleado en su construcción descarta esta teoría.
La
estructura, de una altura de 20 metros, está formada por una cabeza humana
mirando hacia el Este (por donde sale el sol por la mañana), vestida con el
«nemes» (una prenda a rayas blancas y azules), y por un cuerpo de león tumbado.
La cara exhibe restos de pintura roja y se muestran ciertos vestigios de rojo y
negro por la zona del cuerpo. Esta cara humana sería la del faraón Kefrén
o tal vez la de su padre, Khufu (Keops), según las escasas
menciones que se han podido encontrar. En la Estela del Sueño, una piedra
tallada un milenio después por el faraón Tutmoses IV, aparece el único
testimonio directo de que fue Kefrén el creador de la Esfinge. Si bien aquellas
partes del texto también se perdieron durante una excavación en 1925.
La expedición científica de Napoleón
En medio
de todas estas especulaciones emergió la creencia popular de que fueron las
tropas napoleónicas las que, usando la Esfinge como blanco en sus prácticas de
artillería, dejaron sin nariz a la escultura. La teoría, no obstante, choca con
el espíritu de una expedición, entre lo militar y lo científico, que sirvió a
Europa para redescubrir la civilización egipcia. Con el objetivo de liberar
Egipto de las manos turcas, el prometedor general Bonaparte,
victorioso en Italia, desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798
con más de treinta mil soldados franceses poniéndose por objetivo avanzar en
dirección a Siria.
Un grupo
de investigadores de distintas disciplinas (matemáticos, físicos, químicos,
biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos, historiadores...), más de un
centenar, acompañó a Napoleón para estudiar al detalle aquel país de las
pirámides maravillosas y los dioses milenarios. Entre ellos figuraban los
matemáticos Gaspard Monge, fundador de la Escuela
Politécnica; el físico Étienne-Louis Malus; y el
químico Claude Louis Berthollet, inventor de la lejía. Es
decir, algunos de los científicos más brillantes de su generación acudieron a
la llamada del general, de 28 años, sin conocer siquiera el destino del viaje
hasta que navegaron más allá de Malta: «No puedo decirles adónde vamos, pero sí
que es un lugar para conquistar gloria y saber».
Allí,
Napoleón halló a una Esfinge ya sin nariz y sepultada en la arena; se internó
en la Gran Pirámide en un
extraño viaje espiritual; y sus hombres encontraron la llave para conectar
Occidente con Egipto. Mientras un soldado cavaba una trinchera en torno a la
fortaleza medieval de Rachid (un enclave portuario egipcio en el mar
Mediterráneo), halló por casualidad la conocida como la piedra Rosetta, la cual
sirvió para descifrar al fin los ininteligibles jeroglíficos egipcios. Se
trataba de una sentencia del rey Ptolomeo, fechada en 196 a. C, escrita en tres
versiones: jeroglífico, demótico y griego. A partir del texto griego fue
posible encontrar las equivalencias en los jeroglíficos y establecer un código
para leer los textos antiguos.
La puerta secreta al interior
Los
soldados de Napoleón no causaron daño alguno a la construcción. De hecho, ni
siquiera los eruditos franceses dedicaron gran atención a la Esfinge durante su
expedición. Trazaron mapas de la meseta y limpiaron de arena la zona trasera
del monumento. Poco más.
Los
supuestos descubrimientos llegaron más tarde. Auguste Mariette, fundador del Museo
Egipcio de El Cairo, aseguró tiempo después que Napoleón había
encontrado una puerta que permitía acceder al interior de la Esfinge. La
Estela de Benermerut, del reinado de Tutmosis III,
revela también una puerta abierta en el costado de la base, lo cual ha animado
a sucesivos arqueólogos a buscar cámaras interiores sin grandes resultados
hasta hoy.
Dibujo del arquitecto danés Frederick Lewis Norden, en 1737,
de la Esfinge sin nariz
Según el historiador
Muhammed al-Husayni Taqi Al-Din, el único responsable de
causar la destrucción de la Esfinge fue un fanático religioso que, en 1378,
destrozó su nariz y parcialmente sus orejas. Por este ataque fue finalmente
condenado a muerte por las autoridades locales. Lo que no está claro es si
también tuvo la culpa del desprendimiento de su barba, cuyos restos se hallaron
durante unas excavaciones modernas y hoy se conservan parcialmente en el Museo
Británico de Londres. Una barba de piedra que fue añadida después de
la construcción del monumento, dado que no se aprecian muestras de daño en la
quijada como deberían aparecer si hubiera formado parte de la estructura
original.
Tal vez se
cayó de forma natural como otras partes de la estructura. La caliza del monumento
es de tan escasa calidad que se ha ido deteriorando de forma más evidente que
otras construcciones de su misma meseta. A finales del siglo XX cayeron
fragmentos de caliza en dos ocasiones: se hundió en 1981 un pedazo del
revestimiento de la pata trasera izquierda; y en 1988 se desmoronó un fragmento
de tres toneladas del hombro derecho.
Hola, artículo muy interesante. Yo me quedaría por lógica pura con la caída natural, pero hablando de Egipto...prefiero algo más intrigante, jeje. Saludos.
ResponderEliminar