Fuente: Francisco Carrión
www.elmundo.es
Una carpóloga desentierra y examina decenas de semillas de
4.000 años de antigüedad.
Una labor pionera que arroja luz sobre las plantas y su uso
sagrado en la tierra de los faraones.
La carpóloga española Eva Montes, en una de las tumbas de la colina de Qubbet el Hawa. Patricia Mora |
Resolver
los interrogantes que aún suscitan los gobernadores del sur de Egipto a partir
de las semillas que se llevaron a la tumba hace 4.000 años. Una misión
detectivesca entre sepulturas faraónicas a la que, microscopio en ristre, se
dedica la carpóloga española Eva Montes.
"Lo
que resulta más llamativo es el estado de las semillas. En España, para que se
conserven, tienen que estar carbonizadas. Aquí, en cambio, se mantienen
deshidratadas y aparecen en cantidades mayores", relata a EL
MUNDO Montes a pie de tajo, en una de las tumbas de la colina de Qubbet el
Hawa, una necrópolis de los reinos Antiguo y Medio donde encontraron el
descanso eterno los altos cargos de Elefantina, la actual Asuán, a unos 900
kilómetros al sur de El Cairo.
"Las
semillas nos llegan porque se han conservado en contextos cerrados donde la
humedad y la temperatura se han mantenido constantes. Es lo mismo que
sucede con las momias", arguye esta apasionada de la arqueo botánica, una
disciplina recién llegada a los estudios que arrojan luz sobre el antiguo
Egipto.
"Lo primero
es ser conscientes de que estamos en un entorno funerario. Las semillas
son ofrendas y están ahí porque alguien decidió que estuvieran. No se
trata de un hallazgo fortuito ni casual. Son plantas útiles para acompañar al
difunto en la otra vida", desgrana la experta, miembro de la expedición de
la Universidad de Jaén que horada desde hace una década un cementerio inmenso
encaramado en un cerro a orillas del Nilo.
En el interior de las tumbas han aparecido semillas de enebro, cebada o espina de Cristo. Patricia Mora |
Un tesoro
natural oculto en el ajuar funerario que Montes escudriña guarecida del sol en
la tumba QH33, a unos metros del pozo donde hace dos años la expedición
desenterró una preciada colección de esencieros, pequeños recientes que se han
convertido en un filón para la investigadora. "En su interior han
aparecido semillas de enebro, cebada o espina de Cristo",
detalla.
En el
interior de las tumbas han aparecido semillas de enebro, cebada o espina de
Cristo. Patricia Mora
Y,
también, el descubrimiento más sorprendente hasta la fecha: un racimo de uvas
deshidratadas, almacenado en uno de los cuencos. "Parecían pasas pero al
principio no lograba saber qué eran porque nunca había visto nada igual. Luego,
identifiqué las pepitas. Incluso se conservaban los pedicelos que unen la uva
al racimo. La uva es autóctona. Crecía silvestre en las riberas del río".
El hallazgo proporciona una prueba del arrebato vinícola en la corte de los
faraones. "El vino es una bebida reservada a las clases más altas.
Es un elemento ritual, las consideradas lágrimas de Horus [dios celeste,
iniciador de la civilización egipcia y símbolo de la zona fértil del valle del
Nilo] y usado, además, en el lavado de los cuerpos durante el proceso de
momificación", indica Montes mientras enseña algunas de las 200 muestras
que componen su semillero rescatado de las profundidades.
En el
Antiguo Egipto, a falta de un trago de vino, el resto de mortales debía
conformarse con las virtudes de la cerveza. "No es una bebida alcohólica
como tal sino, más bien, un producto alimenticio con muchísimos nutrientes. Hemos
hallado trazas de cebada en algunos recipientes como si se trataran de
los posos de una mezcla fermentada".
Una
presencia perceptible al microscopio de la que la carpóloga levanta inventario
junto a otras semillas comunes en el terruño, como las de la palmera dum
-asociada a Tot, la deidad de la sabiduría; con propiedades medicinales y
empleada como elemento protector del difunto- o la espina de Cristo. "En realidad,
a la espina los jeroglíficos la denominan azufaifo, que se sigue consumiendo
como snack y que tiene propiedades medicinales, como insulina o contra
la picadura de serpientes". Un fruto tan corriente como el acumulado en
grandes recipientes de cerámica, la Balanites aegyptiaca (dátil del
desierto). "Crece en condiciones muy secas y es siempre un buen salvavidas
para las épocas en las que hay carestía de cosecha", explica Montes,
asociada al Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica.
Su
búsqueda de pesquisas, aún en curso, se alimenta del basurero de un monasterio
que siglos después se edificó en la cima de la colina y sepultó un rincón de la
necrópolis faraónica. "La arqueología de la basura resulta muy
interesante. Todos los restos de comidas iban a parar ahí. Han
aparecido muchos restos de frutas". Su tarea dibuja la flora que
habitaba el sur del país, más allá de los límites del cementerio. "El
ambiente debía ser muy similar al actual aunque hay que tener cuidado porque la
construcción de presas puede originar la pérdida de alguna vegetación",
subraya quien batalla contra los "enemigos" de las plantas invasoras,
los restos que dejaron los ladrones de tumbas o expediciones anteriores, los
turistas que visitan el yacimiento en plena ingesta de comida y los animales y
sus madrigueras. "La Egiptología ha dedicado muchos estudios a los grandes
hallazgos de piezas pero no ha prestado a la alimentación y la arqueobotánica
la atención que merecen. A partir de las plantas podemos averiguar, además, las
vías de comunicación de las que procedían los productos".
No sólo de
simientes se nutre la investigación de Montes. También persigue las
huellas de las plantas manufacturadas como el lino, el junco, la palmera
o la caña que conquistaron la eternidad junto a los finados faraónicos.
"Buscamos cuerdas y fragmentos de cestos. Nos interesa la tecnología, cómo
se hicieron y trenzaron", desliza. Cordeles y cestería que milagrosamente
emergen de las arenas que ausculta una bien avenida cuadrilla de arqueólogos,
restauradores o antropólogos, entre un sinfín de disciplinas, durante una
campaña que comenzó el pasado enero y concluye esta semana. "Éste es un
trabajo multidisciplinar. Aquí de lo que se trata es de que cada uno ponga su
pieza para que todo encaje. Al final son las aportaciones de todos las que nos
proporcionan la conclusión", narra la detective de semillas.
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